Las buenas obras que hagamos, que sean en silencio. Sin testigos. Sin alharacas. Que no sepa nuestra mano derecha lo que hace la izquierda. Anunciar a bombo y platillo que damos una limosna, o que ayudamos a resolver un problema, no está bien. El bien que se hace calladamente es el que tiene auténtico valor. Ante Dios y ante nuestras conciencias. Es lo que debe importarnos.
Estar en paz con Dios es vivir con alegría la fe del Evangelio. Esto no es posible ocultarlo. Porque se transmite a los demás automáticamente.