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Homilías

A TIEMPO Y A DESTIEMPO

A TIEMPO Y A DESTIEMPO
XXIX Domingo del Tiempo Ordinario

¿Encontrará esta fe en la tierra? Así termina el Jesús el relato evangélico de hoy. ¿Es una pregunta o un lamento? Adentrémonos en su enseñanza. El Evangelio de Lucas, el «evangelista de la misericordia» es también el «evangelista de la oración». Después de ofrecernos la figura de Jesús orante, que nos enseña el Padrenuestro, nos deja tres catequesis sobre la oración: el domingo pasado la oración de acción de gracias del leproso; este domingo, la oración humilde e insistente de una pobre viuda; el domingo próximo la oración de arrepentimiento de un publicano.

La parábola de hoy concluye con una frase enigmática de Jesús: ¿Quedará fe en la tierra cuando vuelva de nuevo? La clave de la respuesta la sitúa el Maestro en la necesidad de orar. La oración fortalece la fe. La oración requiere en quien ora una actitud humilde y constante. Así se recoge en la parábola, protagonizada por dos personajes: un juez -signo de poder en su tiempo- que ni temía a Dios ni le importaban los hombres y, por tanto, no hace justicia, signo de su falta de fe. Y una pobre viuda desvalida -signo de pobreza, al no tener marido que la defienda- que reclama con insistencia que se le haga justicia. Como suele ocurrir, el poderoso le da largas. Pero, este juez práctico, piensa: aunque no temo a Dios ni a los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, para que me deje tranquilo. Y brota la enseñanza de Jesús: si el juez incrédulo actúa así, Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche? ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Se trata de orar día y noche, con humildad y constancia  

Hay muchas formas de oración, y muchos medios para orar. Pero entre ellos sobresale la oración que hacemos «abriendo la Biblia», la Palabra de Dios. Es un instrumento esencial en nuestra oración. San Pablo, en su carta, recuerda a Timoteo que conoce desde niño la Escritura, y que ella puede darle la sabiduría. El apóstol describe el servicio que puede prestar la oración desde la Escritura con estas palabras: Toda escritura inspirada por Dios es también útil para enseñar, para reprender, para corregir, para educar en la virtud. Analicemos los verbos que emplea el apóstol: Enseñar: en la Palabra de Dios tenemos el mejor mensaje, en ella podemos aprender la historia de la relación de Dios con el hombre, y también las grandes verdades de nuestra fe. Reprender y corregir: la Biblia también contiene un «código de vida», unas enseñanzas morales que orientan la vida de los creyentes. Con ella en la mano podemos orientar bien nuestras acciones, podemos corregir nuestros errores y alentar nuestro esfuerzo. Educar: La Biblia es el libro del mejor Maestro. En ella se inspira la Liturgia y la Catequesis, y con ella nos educamos desde pequeños. Si nos sentimos enseñados, corregidos y educados por la Palabra de Dios, podemos exclamar con el Apóstol: el hombre que confía en Dios está perfectamente equipado para toda obra buena.

Ahora, podemos responder a la pregunta con que abríamos esta página y que cierra el Evangelio de hoy: ¿Encontrará Jesús esta fe cuando vuelva? La oración humilde y constante, el trato asiduo con la Palabra, asegurará la permanencia de la fe, don de Dios, fruto de la gracia de Dios, en nuestros corazones para la transformación del mundo. Fe y oración se retroalimentan.

Tuit de la semana: La verdadera oración es humilde y constante. La humildad y la constancia, hoy, no se cotizan. ¿Mi oración se reviste de estas virtudes?  

Alfonso Crespo Hidalgo

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