XX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
¡Qué triste es comer solo! Los sacramentos han ido adquiriendo con el paso del tiempo un carácter cada vez más ritualizado hasta el punto de que, a veces, llegamos a olvidar el gesto humano de dónde arranca su fuerza significadora: la gracia de Dios se hace visible en signos humanos.
Los cristianos llamamos a la Eucaristía la «Cena del Señor», hablamos de la mesa del altar, los manteles… pero, ¿en qué queda ese gesto humano básico del «comer juntos» en la experiencia ordinaria de nuestras Misas? ¿Realmente somos conscientes de que es Dios mismo, por medio de Jesucristo, quien nos invita a este banquete? ¿Nos damos cuenta de que, en cada Eucaristía, actualización del sacrificio de la Cruz, signo de nuestra salvación, la gracia de Dios se desborda en alimento y convierte en fiesta la reunión de los hermanos?
La Eucaristía hunde sus raíces en una de las experiencias más primarias y fundamentales del hombre: comer. El hombre necesita alimentarse para poder subsistir. No nos bastamos a nosotros mismos. La vida nos llega desde el exterior, no podemos auto engendrarnos. Esta experiencia de indigencia profunda y dependencia radical nos invita a alimentar nuestra existencia en el Dios creador: un Dios Padre, amigo de la vida, que se nos revela en Cristo resucitado como salvador definitivo de la muerte. Pero el hombre no come sólo para nutrir su organismo con nuevas energías. El hombre está hecho para ser comensal: «comer-con-otros». La comida de los seres humanos es comensalidad, encuentro, fraternidad.
La comida humana, cuando es banquete, encierra una dimensión honda de fiesta y ocupa un lugar central en los momentos celebrativos más importantes. ¿Cómo celebrar un nacimiento, un matrimonio, un encuentro, una reconciliación, si no es en torno a una mesa? Habría que preguntarse si no han perdido nuestras Misas dominicales esa triple dimensión de «alimento, fraternidad y fiesta».
Cuando uno vive alimentando su hambre de cualquier alimento menos del Pan de Dios, cuando uno disfruta egoístamente distanciado de los que viven en la indigencia, cuando uno arrastra su vida sin alimentar el deseo de una fiesta final para todos los hombres, no puede celebrar dignamente la Eucaristía ni puede entender las palabras de Jesús: El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna.
Tuit de la semana: La Eucaristía es banquete fraterno: no estoy invitado yo solo. ¿En la Misa del domingo gusto del encuentro con Cristo y con los hermanos?
Alfonso Crespo Hidalgo