XXXI Domingo Tiempo Ordinario
«¿Qué mandamiento es el primero de todos?» Esta es la pregunta que aquel escriba, perito en la ley, hizo a Jesús. El Maestro respondió: El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Seño tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. Es el mismo mandamiento que Moisés trasmitió, de parte de Dios, a su pueblo, al que recomendó: Las palabras que hoy te digo quedarán en tu corazón; se las repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino… Jesús, como buen judío, conservaba en su corazón este mandamiento, que brota de la oración más sagrada del judaísmo: Shemá -escucha- Israel.
Moisés, el caudillo de aquel pueblo perseguido y desterrado, que ahora, en un éxodo grandioso, vuelve a la tierra prometida, recuerda a la muchedumbre cuál es la primera ley del pueblo elegido, la Shemá: Amarás a tu único Dios. Y este Dios liberador, se manifiesta como un Dios celoso del amor de los hombres: no sólo reclama ser aceptado como el único Dios, sino que, también, reclama ser amado con un amor exclusivo: con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser.
Jesús, muchos siglos después, se presenta como el nuevo y definitivo Moisés, que nos conduce de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios, recoge aquella recomendación del Antiguo Testamento y nos recuerda que este primer mandamiento tiene plena vigencia. Pero el Maestro nos trae otro mandamiento, que completa al de Moisés: El segundo mandamiento es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Y sentencia: No hay mandamiento mayor que estos.
En estos mandamientos estamos «tocando» el núcleo esencial de la moral cristiana: Dios, nuestro Dios, es un Dios que no debe ser temido, sino que pide ser amado; y ser amado «con pasión»: con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser. Es un Dios que ama con corazón de Padre y reclama de sus hijos un amor de hermanos: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El escriba aceptó con humildad la enseñanza de aquel maestro popular y recibió una alabanza: No estás lejos del reino de Dios.
El amor es la cumbre de la revelación de Dios. Dios es un misterio de amor. Un misterio que tímidamente se manifiesta en el Antiguo Testamento y que es plenamente revelado en el Nuevo: tanto amó Dios al mundo que nos entregó a su propio Hijo. Él nos introduce en el misterio trinitario: Dios es Padre, Hijo y Espíritu. Y Jesús, el Hijo de Dios, nuevo Moisés, nos recuerda de generación en generación que en estos mandamientos «se encierran toda la Ley y los profetas».
Tuit de la semana: La ley es una norma que orienta nuestra vida. Pero «la ley, sin amor, está muerta». ¿Vivo con gozo el dulce deber de cumplir el primer mandamiento?
Alfonso Crespo Hidalgo