
III domingo de Cuaresma
El buen maestro conoce a sus alumnos. Sabe sus cualidades y las potencia; es consciente de sus defectos y los corrige. Educar, en último término, es ayudar a alguien a que saque lo mejor que lleva dentro y lo adorne con el esfuerzo por corregir lo que le impide mejorar.
Dios es un pedagogo ejemplar: toda la Historia de la salvación, la memoria de su trato con nosotros está revestida de pedagogía. Ya desde Abrahán y Moisés, Dios nos va mostrando su rostro y enseñándonos sus mandamientos. Es un Dios personal, que se presenta como el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob… el Dios de tus padres.
Jesucristo, el Señor, es Maestro y pedagogo. Sabe enseñarnos desde la cercanía: siendo Dios se hace hombre. Y utiliza una serie de comparaciones que nos ayudan a entender sus enseñanzas: son las parábolas. La parábola de hoy, la higuera estéril, la arranca Jesús de la sencillez de la vida del agricultor: un propietario tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Y, desde la lógica de la productividad, mandó al viñador: Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno? Pero el viñador le ha tomado cariño a su labranza y pide «otra oportunidad»: Señor, déjala otro año; yo la voy a cavar y a abonarla… a ver si da fruto. Si no el año que viene yo mismo la arrancaré.
Nuestro refranero, parafraseando un versículo de la Biblia, a la hora de evaluar y apreciar a las personas, nos dice que «por sus frutos los conoceréis». Sí, realmente cada uno somos lo que dicen de nosotros nuestras obras. Incluso señalamos críticamente que alguien que se llama cristiano no lo demuestre con su propia vida. Al mismo Jesús le molestaba fuertemente la hipocresía de una «fe sin obras».
Pero para hacer el bien, para dar buenos frutos, el secreto está en lo oculto del árbol: que esté provisto de hondas raíces sanas y con vida. Y ésta es la moraleja de la parábola de hoy: la Cuaresma es «una nueva oportunidad» para mirarnos por dentro y analizar la calidad de los frutos del árbol de nuestra vida: a cavar y abonar sus raíces. En las prácticas de Cuaresma, no basta con una limosna de más o un rezo añadido. Ni, incluso, una cierta abstinencia. Se trata de cavar y sanar lo oculto del corazón; de regarlo y abonarlo con oración, penitencia y limosna. No basta con una imagen externa «de maquillaje», se requiere cambiar un corazón de piedra por un corazón de carne.
En la primera lectura de hoy, del libro del Éxodo, Dios reclama a Moisés, que quiere dialogar con él: descálzate, que el terreno que pisas es lugar sagrado. Descalzarse es un signo de conversión: supone «abajarnos de nuestra soberbia y postrarnos ante el amor misericordioso de Dios». Y nos lo pide Alguien que se presenta con un título esencial: Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob…, ¡tu Dios! Imploremos con el Salmo: Dios compasivo y misericordioso, que esta Cuaresma, sea para mí «la oportunidad definitiva». Así lo esperas Tú, así lo deseo yo.
Tuit de la semana: Dios nos da siempre una nueva oportunidad, pero su amor no violenta nuestra libertad: ¿Aprovecharé esta oportunidad como si fuera la última?
Alfonso Crespo Hidalgo