
XIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Jerusalén es un símbolo de la Iglesia. La Jerusalén terrena que canta el profeta Isaías es una imagen de la Jerusalén del futuro: la Iglesia de hoy. El profeta Isaías, grandioso poeta, penetra en uno de los rincones más misteriosos del corazón humano y señala la función solidaria del justo a través de su sufrimiento: los justos que lloran por la destrucción de la ciudad santa, se alegrarán también con su reconstrucción, cuando Dios coja a su pueblo como una madre a su hijo y le acaricie sentado en sus rodillas. Esta tierna imagen nos adentra en el misterio de la Iglesia, que es a la vez, madre cariñosa y abnegada con todos sus hijos, que nos revela el cariño y amor de Dios.
Este clima de familiaridad engendra uno de los frutos de la Resurrección: la paz que ensancha nuestros corazones al sentir la presencia salvadora del Señor. A todos nos ha salvado Jesús; a todos nos va transformando si nos dejamos, si abrimos espacio en nuestros corazones, repletos casi siempre de aspiraciones egoístas y en el fondo nada gratificantes, pues en cuanto esas aspiraciones se cumplen, volvemos al vacío y a la insatisfacción; pero si nos vaciamos de esos falsos deseos y dejamos espacio, Jesús entra en nuestros corazones colmándonos de plenitud, alegría y esperanza. Y esta experiencia necesita comunicarse.
La urgencia de predicar la Buena Noticia lleva al Maestro a ampliar el círculo de los apóstoles hasta 72 discípulos, para ir delante de Él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir Él. Este envío tiene connotaciones de gran actualidad: su misión no es llevar su propio mensaje sino preparar el camino al único mensajero, que es el Señor: los envió delante de él. Y no los envía aisladamente, sino de dos en dos… señalando la necesidad de la comunión: en la predicación del Evangelio, nadie debe ir por libre. Les asegura un trabajo intenso porque la mies es abundante y los obreros pocos. Hay, pues, que rogad, pues al Señor de la mies que envíe obreros a su mies. Pero la escasez de misioneros no debe retrasar la urgencia de la misión: ¡Poneos en camino!
Jesús advierte a sus discípulos de la dificultad del empeño: Mirad que os envío como corderos en medio de lobos… Las dificultades de la misión evangelizadora no es algo nuevo, es de siempre: el desaire, la indiferencia, la animadversión incluso, están ya desde el inicio… A muchos hemos saludado con el mensaje pascual de la paz y no ha sido recibida, volviendo a nosotros: hemos tenido, quizás, que sacudir el polvo de las sandalias tras el fracaso de algunos de nuestros empeños misioneros… Pero, recordemos lo que Pablo dice a los gálatas: Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de Cristo. Ante nuestras dudas y vacilaciones, debemos oír de nuevo el mensaje consolador del Maestro: de todos modos, sabed que el Reino de Dios ha llegado. Y traer a nuestro corazón las palabras fortalecedoras: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones… y nada os hará daño… Y estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.
Un discípulo misionero se siente enviado por el Maestro y caminando al calor de la comunidad. Fortalecer estos lazos, ayuda a superar el fracaso momentáneo y asegura el éxito final: tu nombre se inscribirá en el cielo.
Tuit de la semana: Somos discípulos misioneros, del círculo de los 72. ¿Me siento enviado a predicar con la fuerza del Señor y el calor de mi comunidad?
Alfonso Crespo Hidalgo