XIX del TIEMPO ORDINARIO
«Yo soy el pan que ha bajado del cielo», asegura Jesús, que continúa exponiendo a los discípulos el discurso del «Pan de vida». Los que comieron el pan de la multiplicación, los mismos que pidieron el pan que da la vida, al oír a Jesús decir: Yo soy el pan bajado del cielo, comienzan a murmurar. Y comentan: ¿Cómo dice este que ha bajado del cielo? Ellos solo entienden del pan que llena el estómago, aún no han descubierto el «Pan que da la vida eterna». Para alimentarse de este pan, es necesario comerlo con ojos de fe.
El profeta Elías, también, paso hambre en su peregrinar por el desierto. Es tal la fatiga que se recuesta bajo una retama e implora la muerte: Ya es demasiado, Señor. ¡Toma mi vida, pues no soy mejor que mis padres! Sin embargo,Dios por mediación de un ángel le socorre: Levántate y come. Comió… y con la fuerza de aquella comida, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios. En esta comida, regalo de Dios, podemos ver una imagen de la Eucaristía, el «Pan bajado del cielo», que alimenta el alma con una fuerza que le hace caminar por el desierto de la vida hasta alcanzar la gloria del encuentro con Dios.
El pan del cuerpo asegura la supervivencia, el pan del Cuerpo de Cristo asegura la vida, y vida eterna. Jesús recuerda a los discípulos: Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo.
Los que le oyen están anclados en sus propios pensamientos: para ellos, no hay más pan que el pan del presente, que comieron multiplicado, ese pan que alimenta el cuerpo y que calma momentáneamente el hambre de la fatiga del camino. Jesús, quiere que levanten su corazón y su mirada y descubran que hay otro pan porque existe otra hambre que satisfacer: hambre de eternidad, hambre de Dios… Y para calmarla, se ofrece a sí mismo como alimento: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.
El salmo 33, que hoy proclamamos, nos invita: Gustad y ved qué bueno es el Señor. Comer, gustar, de este «Pan de vida», participar de la Eucaristía, recrea una nueva forma de vivir, da un impulso a nuestro caminar cansino y proyecta un nuevo estilo de vida, que san Pablo describe a los efesios: Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo… vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por vosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor.
Tuit de la semana: La Eucaristía es alimento de vida eterna. ¿Participo con deseo en la Eucaristía del domingo, gustando, ya aquí en la tierra, el Banquete eterno?
Alfonso Crespo Hidalgo