Solemnidad de la EPIFANÍA del Señor
No es una leyenda oriental. Con la mentalidad de hoy, el relato del Evangelio nos suena a leyenda. Una estrella revela a unos Magos: ¡ha nacido el Salvador! La piedad popular ha revestido de color a los tres personajes: uno blanco, otro amarillo y otro negro ¡Qué colorido! Es el resumen de las razas humanas, un verdadero «diálogo de civilizaciones». «Todos, todos, todos», ya desde el inicio están invitados a contemplar al recién nacido Hijo de Dios, al Mesías Salvador. Los sencillos pastores acaban de irse, llegan unos reyes: nadie está excluido de esta buena noticia. Qué maravilla de nacimiento: ¡sin exclusivas publicitarias!
Dios se manifiesta -esto quiere decir epifanía– a todos los seres humanos. Los Magos, con su adoración y honores, descubren al Dios que se esconde en el Niño Jesús. A ellos se ha manifestado primero el Señor; y ellos mismos representan la manifestación del Salvador a todos los hombres, sin excepción de razas, lenguas o nación. Así lo proclama y reivindica san Pablo, ante los judíos, en su Carta a los efesios: ¡también los extranjeros son herederos de las promesas de Dios!
Estos Magos, reyes con poder y dinero, no se asombran ante el cuadro encontrado: una mujer con un Niño y de cuna un pesebre. Ellos superando leguas y tiranos como Herodes, superan sus propios criterios y quedan rendidos ante el pobre de Belén: ellos le adoran, inclinando sus rodillas, con el asombro de la fe, que penetra hasta el misterio más allá de la apariencia. Y también por causa de su fe, comenzarán a ser perseguidos.
Cada uno tenemos una estrella que nos guía a través de la noche de los sentidos a la claridad de la aurora de la fe. Dios no deja a nadie sin su epifanía, sin su manifestación. Y nos envía signos de su presencia: la belleza de la creación, la verdad de su mensaje, la bondad de su amor de Padre… Quizás el problema del hombre de hoy es que, como señala el dicho oriental, «cuando el dedo señala la luna, el necio mira el dedo». Nos quedamos en la belleza efímera de las criaturas sin llegar a eterna belleza de su Creador, en la sabiduría de las palaras sin descubrir a su Autor, en la bondad de las personas sin descubrir la fuente del Amor.
El encuentro con el Mesías se hace ofrenda de agradecimiento: le llevaron oro, incienso y mirra. El oro, significa la realeza: suele despertar la avaricia y estamos acostumbrados a ver correr a la gente detrás de él, sin embargo, los magos corren detrás de una estrella para depositar todo su oro a los pies de un Niño pobre, en un pesebre. El incienso es sólo ofrenda para Dios, pero a veces lo convertimos en droga que se nos sube a la cabeza y bajo su efecto vemos a todos como inferiores. Los magos lo ponen a los pies de la cuna, reconociendo en aquel niño al Hijo de Dios. También, le ofrecieron mirra, un perfume que significa alegría, pero también dolor: alegría por el encuentro con el Mesías y el anuncio del dolor de la pasión redentora.
Cada uno de nosotros, estamos llamados a manifestar -ser epifanía– a Dios a nuestro mundo; aunque seamos poca cosa, en un mundo indiferente y distraído, ¡alegra vislumbrar una estrella entre las nubes!
Tuit de la semana: Los Magos, guiados por la estrella se postraron ante el Niño Dios en Belén. ¿Es la esperanza la estrella que me guía hasta Dios?
Alfonso Crespo Hidalgo