XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
«El Señor, sostiene mi vida», confesamos en el Salmo 53. Es un grito de fe: Dios es el único Absoluto, antes que todo y que todos. Sólo desde la primacía de Dios, adquiere su justo orden el resto de las cosas: primero el ser humano, «imagen de Dios» y luego todo lo demás, incluso el dinero, que no es sino «un medio» al servicio de toda la humanidad.
Cuando los medios se convierten en fines, surgen los ídolos: la política, la música, el sexo, el bienestar, el dinero… Son simples medios al servicio de la felicidad del hombre, pero los convertimos en absolutos, ocupando el lugar de Dios, y desplazando al ser humano a la categoría de medio para mis fines. Estos «pequeños y falsos dioses» se convierten en tiranos: el dinero y el sexo son, hoy, los grandes ídolos, «nuevos becerros de oro» que se interponen entre el verdadero Dios y su creatura, para justificar desde un «dios hecho con nuestras manos», nuestras propias inconsecuencias y pecados. Junto al dinero y el sexo, otro ídolo sutil campea a nuestro alrededor, agazapado, pero siempre atento a instalar su trono en nuestro corazón: «mi propio yo». Hasta los mismos apóstoles sufrieron el asalto de querer «ser el primero».
El apóstol Santiago nos advierte en su carta: Donde hay envidia y rivalidad, hay turbulencia y todo tipo de malas acciones. El relato del Evangelio deja a los discípulos en cierto ridículo. Contemplémoslo. Jesús y sus discípulos atraviesan Galilea casi de incógnito, porque los iba instruyendo: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán y después de muerto, a los tres días resucitará. Los discípulos se desentienden de la enseñanza… y discuten entre ellos. Llegados a Cafarnaúm, les pregunta el Maestro: ¿De qué discutíais por el camino? El relato evangélico dice con agudeza: Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante… Incluso, se sonrojarían infantilmente, sintiéndose «cogidos» por el Maestro. Mientras él les hablada de entregar su vida, ellos discutían quién era el primero. Jesús les da una respuesta, que ha quedado grabada en el imaginario popular: Quien quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos. Y como buen pedagogo, acompaña la palabra con una imagen: Tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí… En aquella cultura, el niño contaba poco, pero Jesús lo coloca en el centro.
Vivir en cristiano, hoy, supone rechazar muchos ídolos; romper el molde de nuestro egoísmo para acomodarnos a la medida del Evangelio, que exige poner todo al servicio del amor a Dios y a los hermanos. Aunque todo esto, suponga ir contracorriente, e incluso ser incomprendido.
Tuit de la semana: En la vida todos damos empujones para saltarnos la fila y ser el primero. Cómo discípulo, ¿me pongo en la cola del servicio, detrás de mi Maestro y Señor?
Alfonso Crespo Hidalgo