XXXIV del TIEMPO ORDINARIO. CRISTO REY
«Nadie sabe el día ni la hora…», pero sí sabemos que hay un final. Celebramos el último domingo del Año Litúrgico. En estos días, los textos litúrgicos nos hablan del fin del mundo y de venidas extraordinarias: Viene entre las nubes. Todo ojo lo verá, también los que los traspasaron, narra el Apocalipsis. Ante estas lecturas, solemos quedarnos atónitos, sin palabras, cómplices en un silencio inquietante.
Si miramos el final de los tiempos, solo desde nuestras cortas entendederas, podemos caer en una depresión que nos haga cerrarnos a la luz del porvenir. Pero, si miramos con los ojos de Dios y desentrañamos el mensaje que nos trasmite el Evangelio, la esperanza será nuestra compañera de viaje. Sí, todo tiene un final, todo pasa, pero hay algo que permanece: Jesucristo, Rey del Universo, Señor de la vida y de la muerte; a él se le dio, como dice el profeta Daniel honor, poder y reino. Y Él nos prometió vida eterna, porque su reino no tendrá fin.
El diálogo inteligente entre Pilatos y Jesús, muestran la curiosidad, con cierta sorna, del romano: ¿Eres tú el rey de los judíos? La respuesta de Jesús le desconcierta: ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí? Se indigna el orgulloso romano: ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí, ¿qué has hecho? Y Jesús le tranquiliza: Sí, soy rey… pero mi reino no es de este mundo… Esta realeza de Jesús, a veces mal comprendida y manipulada, no pretende imponer un estilo de estar entre nosotros como los reyes de este mundo. Se trata de afianzar una idea clave: sobre el mundo, sobre la vida y la muerte, hay alguien que domina: es Dios, cuyo poder, como dice el profeta Daniel, es eterno y no cesará y su reino no acabará. Dios ha concedido esta realeza a su Hijo, a quien ha constituido, como dice el Apocalipsis: Príncipe de los reyes.
Este poder real de Jesús, no es motivo de miedo o sumisión irracional sino causa de ilusión y esperanza gozosa. Nos trasmite que hay algo más allá de la destrucción, algo eterno que permanece más allá del olvido de lo efímero: Jesús, hombre como nosotros, que «pasó haciendo el bien», es el Hijo de Dios, que reina sobre el tiempo y el universo y, venciendo a la muerte, nos aguarda con un abrazo de vida eterna.
Este Rey divino pone una condición para entrar en su Reino, «caminar en la verdad»: Todo el que es de la verdad, escucha mi voz. Su palabra se convierte en juicio. Es el Juicio Final. La sentencia de un juez justo es siempre razonada y según verdad. Jesús explica el motivo de la justificación o la condena: «quien ha amado, y ha visto el rostro de Dios en el pobre, será salvado por el amor de Dios; quien no ha amado y vivió en egoísmo, buscó su propia condena». A mi libertad, se ofrece vida o muerte, salvación o condenación. ¿Qué elijo?
Tuit de la semana: «¡Al final de la vida seremos examinados del amor!», dice san Juan de la Cruz. Si sabemos la pregunta ¿por qué no preparamos bien el examen?
Alfonso Crespo Hidalgo