XVII del TIEMPO ORDINARIO
El auténtico milagro fue repartir. Llamamos milagro precisamente a aquello que, «pareciendo imposible a los ojos humanos, se consigue». Hacer lo posible, es cuestión de voluntad; alcanzar lo imposible, reclama una ayuda especial de Dios. El Evangelio nos narra hoy un milagro muy popular: la multiplicación de los panes y de los peces.
Jesús es seguido por una multitud. Una multitud hambrienta de su Palabra y también hambrienta de pan. Y el Maestro, que predicó que no sólo de pan vive el hombre, también se solidariza con la necesidad de su pueblo y el hambre material que soporta. Y lo remedia: unos panes y unos peces, pocos, que se multiplican y dan de comer a muchos. Jesús es de los que «predica y da trigo».
En una primera mirada, parece un milagro más, incluso espectacular: con cinco panes y dos peces, que ofrece un muchacho, comieron más de cinco mil. Todos quedan satisfechos y esta facilidad para dar de comer gratis provoca que le quieran hacer rey. Sin embargo, detrás de lo espectacular del hecho, hay otro milagro escondido. Si el centro del Evangelio es el amor, ello exige compartir. Es un deber de justicia. No se puede entender que convivan el hambre y la abundancia. El auténtico milagro, no fue la multiplicación, sino el reparto: todos comieron y sobró. El prodigio consiste en descubrir la necesidad del otro y en compartir con él: se sentaron; solo los hombres eran unos cinco mil… Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió... Cuando se saciaron, dice a los discípulos: Recoged los pedazos que han sobrado…
Todos criticamos el ambiente negativo que nos envuelve: corrupción, robos solapados, desfalcos, quedarse con el dinero público. Sin embargo, lo más fácil es simplemente apuntar con el dedo acusador hacia los otros. No podemos ser simples espectadores. El cristiano hoy tiene que ofrecer alternativas. Y esta no es otra que la coherencia del Mensaje de Jesús: trabajar por el amor y la justicia. Siendo la segunda, fruto del primero.
Todos anhelamos un mundo donde reine el ambiente que describe san Pablo en su carta a los Efesios: la humildad, la amabilidad, la comprensión, sobrellevarse con amor, sintiéndonos hermanos e hijos del mismo Padre. Una vuelta a valores humanos y religiosos, que haga fácil el milagro imposible: «una sociedad justa, en la que no sólo se produzca más, sino que se reparta mejor». El milagro que Jesús realizó en Galilea necesita ser actualizado: la justicia social es aún una asignatura pendiente.
Tuit de la semana: Todos nos quejamos cuando recibimos una injusticia. Pero yo ¿trabajo por construir un mundo más justo o simplemente defiendo lo mío?
Alfonso Crespo Hidalgo