XIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
¿Quién me ha tocado?, pregunta el Maestro, casi indignado, intentando evadirse de una masa de gente que le oprime. El Evangelio de hoy nos narra un milagro, dentro de otro milagro. Al milagro de la resurrección de una niña, hija de Jairo, el jefe de la sinagoga, se le intercala otro milagro lleno de sencillez: la curación de una anciana, de quien no sabemos el nombre, que sufría continuas hemorragias.
Contemplamos el milagro en aquella mujer, anciana, sencilla y anónima. Jesús camina entre la multitud, y casi asediado por la gente pregunta: ¿Quién me ha tocado? Jesús parece recriminar a la muchedumbre que le sigue y le aprieta en un afán de escucharle y quizás de asistir a alguno de sus famosos milagros. Los discípulos le explican: Ves cómo te apretuja la gente y preguntas ¿quién me ha tocado? Pero Él seguía observando a su alrededor, y la mujer se vio identificada por la mirada penetrante de los ojos del Maestro y lo confesó todo: enferma desde hace tiempo, se acerca al Señor de la vida para «arrancarle un milagro de salud». Es la fe de una sencilla mujer, que no se atreve a hablar con el Maestro y que se contenta con solo «tocar su manto», la que desencadena el milagro de su curación: el Maestro, mirándola con amor, les dijo: Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y con salud.
Es la fe de la anciana anónima la que ha desencadenado el milagro; y es la fe de Jairo, jefe de la sinagoga, la que también desencadenará un segundo milagro: la resurrección de su hija. Cuando la muerte parece cerrar toda esperanza: Deja tranquilo al Maestro, tu hija ha muerto, le dicen sus criados, la fe de Jairo abre la puerta a lo imposible: No temas, basta que tengas fe, le dice Jesús al padre desolado. Y se opera el milagro: el Maestro va a la casa, recrimina la falta de fe de los convecinos, y alabando la fe de Jairo, se dirige a la niña, que tenía doce años, y le susurra: ¡Levántate! Y tomándola de la mano, la levantó y se puso a caminar. Y mientras todos quedan atónitos, Jesús se fija en los detalles: mandó que dieran de comer a la niña.
La fe provoca milagros; y los milagros se convierten en enseñanzas del Maestro. Jesús, resucitando a aquella niña, quiere demostrar que «a la fuerza de la muerte, tan sólo le puede vencer el poder de la vida». Y la vida auténtica fluye de la fe en Dios. Un Dios que en Jesucristo se nos ha manifestado como «camino, verdad y vida». El milagro de hoy, donde Jesús «levanta del sueño de la muerte» a una niña, es un adelanto de la resurrección a la que todos estamos invitados.
Tuit de la semana: «Creo en la resurrección de los muertos», confesamos cada domingo en el Credo. Pero ¿realmente lo creo o vivo la vida atenazado por el miedo a la muerte?
Alfonso Crespo Hidalgo