
FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA
TEXTOS: Ecl 3,2-6.12-14; Sal 127; Col 3,12-21; Mt 2,13-23
Matar a un niño es matar un ruiseñor, matar la esperanza. José, cuando el rey Herodes tiene ya en su mente y en su corazón una estrategia para liquidar al Niño, recibe un soplo divino: Coge al Niño y a su Madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo. Herodes, en su vanidad, tiene un corazón egoísta y miedoso. Teme que surja un Rey que le pueda hacer sombra. Consciente de que las promesas divinas hablan de un rey nacido en Belén, el pérfido Herodes manda liquidar a todo niño que haya nacido en el pequeño pueblo. Pero Dios no va a dejar que la soberbia derrote a la humildad, que el interés suplante a la generosidad, que el pecado vuelva a ocupar el lugar de la salvación. Y Dios avisa a José: «huye a Egipto, tierra segura».
El Hijo de Dios, apenas nacido y ya es perseguido, aún no habla y ya pertenece al mundo de los refugiados. Realmente, la Sagrada familia fue, desde el inicio, «una familia en apuros». Pero una familia unida… jamás será vencida. La unidad de la Sagrada Familia en su huida a Egipto es recogida por la tradición popular en esa bella estampa de nuestros cuadros antiguos: María arropando al Niño, montada en un borriquillo y delante, tirando con sus fuerzas y con su corazón, José, el hombre de confianza de Dios, trasladando su casa a Egipto, a través del desierto: dificultades y angustias. Para el plan de Dios «pasar el desierto», es símbolo de libertad y salvación, de cumplimiento de las promesas de Dios; quien pasa el desierto es una persona probada, que ha sabido quedarse en lo esencial y aceptar a Dios como al único Absoluto.
Y el paso del desierto de la Sagrada Familia es todo un símbolo: nos muestra que para vivir la vida es imprescindible sentirse arropado por una familia.
La familia es la depositaria y transmisora de las promesas de salvación de Dios, en medio de los duros caminos de la vida. La vida no es un camino de rosas, pero en familia adquiere el sentido pleno desde su nacimiento hasta el momento final: la familia llena de perfume de amor y esperanza la vida de cada ser humano y hace llevaderas las espinas. Por ello, el libro del Eclesiástico hace un bello canto de la familia: el que honra a su padre, expía sus pecados, el que respeta a su madre, acumula tesoros…
La familia, es como una iglesia doméstica: en ella escuchamos hablar de Dios y aprendemos a decir su nombre. La familia, es la primera escuela de humanidad: en ella, nos sentimos amados por nosotros mismos y aprendemos a amar con gestos de gratuidad. En familia, pronunciamos las palabras más hermosas: padre, madre, hijo, hermano. La familia es la escuela de convivencia donde se aprende a amar, cuando nos revestimos de las virtudes que señala san Pablo: Revestíos de la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión… sobrellevaos mutuamente y perdonaos… Y por encima de todo, el amor… ¡Gracias Señor por el hermoso regalo de la familia!
A veces no valoramos lo que más queremos y tenemos más cerca. ¿Quién soy yo sin la familia? La familia es el mejor tesoro. Piensa: ¿me alegro y doy gracias por mi familia?
Alfonso Crespo Hidalgo


