IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
«¡No endurezcáis vuestro corazón!», es la súplica divina dirigida a todos los hombres y mujeres, recogida en la belleza poética del salmo 94, que hoy proclamamos en la Eucaristía.
A veces, creemos que nuestra vida de fe es cosa sólo de nuestra razón: «o se cree o no se cree», suele decirse con cierta rotundidad. Y es verdad, creer es fiarse de alguien y se fía uno de quien da razones suficientes para ello. Pero no sólo se trata de razones, se necesita también corazón: cuando un niño coge la mano de su madre ante una amenaza, no ha hecho un razonamiento, simplemente ha unido su corazón al de su madre en un latido común: sintonía que llena de confianza.
En la fe, también entra juego el corazón, No sólo hace falta tener razones para creer, sino que es necesario también unir la voluntad a la razón y decir «quiero creer»: se necesitan «motivaciones para ser creyente». Y la mejor motivación es descubrir la valía de Aquel en quien creemos. El Evangelio muestra la sorpresa de aquellos que ven en Jesús a alguien excepcional: Jesús no enseñaba como los letrados sino con autoridad. Él explicaba la Buena Noticia con obras y palabras: signos y milagros que demostraban su divinidad. Su Palabra seducía y sus gestos y milagros convencían. Hasta el demonio gritaba: sé quién eres: el Santo de Dios.
La fe más que una pregunta es una respuesta: Dios se me ofrece y se revela como Padre amoroso, que entrega a su Hijo para la salvación de todos y nos envía el Espíritu Santo para guiarnos en los caminos de la vida, con el acompañamiento maternal de la Iglesia. Y a esta iniciativa divina, el hombre responde con la fe, uniendo a su palabra el latido de su corazón: «Dios mío, me fío de ti»; sé que quieres mi bien, experimento que tu paternidad me da fuerza, que tu Hijo Jesucristo el Señor me amó tanto que se entregó por mí hasta la muerte, y que el Espíritu ilumina mi marcha hasta la casa definitiva del Padre: «Yo creo que tú eres Padre, Hijo y Espíritu Santo».
Cuando el corazón se ilumina por la fe, se rompe la lógica de la fría razón: la fe me susurra que Dios me sigue amando a pesar de mi infidelidad; que Jesucristo me perdona setenta veces siete y lo proclama desde la cruz; que la muerte está vencida porque Dios abre la esperanza de la vida eterna. Al expresar nuestra fe, no sólo «movamos las razones», es necesario también «levantar el corazón» y ponerlo a la altura de Dios, en un solo latir. Por ello, el apóstol Pablo en su carta nos pide un corazón bien dispuesto y en orden. Se trata de un corazón que sintonice con el inmenso amor del corazón de Cristo.
+ Leyendo el Catecismo (n. 1814): «La fe es la virtud teologal por la que creemos en Dios y en todo lo que él nos ha dicho y revelado, y que la Santa Iglesia nos propone, porque Él es la verdad misma. Por la fe el hombre se entrega entera y libremente a Dios. Por eso el creyente se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios. El justo... vivirá por la fe (Rm 1,17). La fe viva actúa por la caridad (Ga 5,6)».
Tuit de la semana: La fe es la sintonía de dos corazones: el de Dios que me busca y el mío que suspira encontrarle. El de Dios se hizo carne en Jesús, y el mío ¿es de piedra?
Alfonso Crespo Hidalgo