V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Jesús es «El Gran Evangelizador». Su tarea fundamental, el motivo de su estancia entre nosotros es predicarnos la Buena Noticia: decir a la intimidad de cada corazón, y proclamar desde las azoteas, que Dios nos quiere salvar. Su tarea es su vida y se afana en cumplirla hasta el agotamiento. El cansancio es algo con lo que tiene que contar quien se esfuerza por cumplir su tarea diaria con responsabilidad. Incluso, a veces, las fuerzas se desgastan y el agobio se apodera de nosotros. «¡No tengo tiempo!»: es la queja común, la excusa más frecuente. El tiempo se nos escurre en las manos porque como nos dice el libro de Job: mis días corren más que la lanzadera... ¡la vida es un soplo! Y ansiamos el milagro de detener el tiempo y manejarlo a nuestro antojo.
Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, vivió también el estrés, el agobio y el cansancio; por ello, necesitó del sosiego de la casa de su amigo Lázaro en Betania, del agua y del diálogo con la samaritana en el brocal del pozo, de la tertulia íntima en el monte con sus discípulos y de la serenidad silenciosa de la noche en oración. Ya Jesús descubrió y nos enseñó la alegría de gustar de la naturaleza, escuchando el silencio de sus entrañas. Es una lección del mejor ecologismo.
En el señorío sobre el tiempo radica la fuerza extraordinaria de la labor misionera de Jesús: sabe romper la rutina, detener el trabajo desbordante y descubrir la fuente secreta de dónde mana la energía. Lo relata el evangelio de hoy: se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar; aunque como expresa el evangelio, todo el mundo le buscaba. No en vano, era el primero en popularidad. Pero él no se recrea, gastando el tiempo en lo efímero de la fama, sino que se centra en su misión e invita a los discípulos a rentabilizar el tiempo en favor del evangelio: Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí, que para eso he venido.
En el mundo que vivimos, hay que aceptar con paciencia que el cansancio y el estrés son «compañeros inevitables del camino». Nuestro tiempo se convierte en nuestro mayor tesoro. Y, si dónde está nuestro tesoro, allí está nuestro corazón, podemos evaluar nuestra vida examinando a qué o quién dedicamos nuestro tiempo: entregamos nuestro tiempo a las personas que amamos y nos afanamos en la tarea que nos ilusiona. Pablo gritará: ¡ay de mí si no anuncio el evangelio! Dios cuenta para mí si le dedico tiempo, en oración serena y confiada. Si para Dios me falta tiempo, en el fondo me falta amor. Santa Teresa de Jesús definía la oración: «tratar de amistad, estando a solas con quien sabemos que nos ama». Y es necesario saber manejar el tiempo: detenerlo, gustarle y compartirlo con el amigo.
+ Leyendo el Catecismo (n. 2559): «Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto en medio de la aprueba como en la alegría (Santa Teresa del Niño Jesús). La oración es la elevación del alma a Dios o la petición a Dios de bienes convenientes... La humildad es la base de la oración».
Tuit de la semana: Damos el tesoro de nuestro tiempo a las personas que amamos. Entre mis múltiples tareas, ¿busco sacar tiempo para Dios, deleitándome en la oración?
Alfonso Crespo Hidalgo