II DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
¡Qué difícil es escuchar! Y, encontrar quien nos escuche... ¡más difícil todavía! Todos estamos de acuerdo: ¡escuchar es un arte! Ya repetía el filósofo griego que la naturaleza nos había dotado de dos orejas y una boca, para que escuchásemos más. Sólo quien tiene la capacidad de escuchar puede aprender. Y sólo quien aprende se puede considerar discípulo. Ser cristiano es «ser discípulo de Cristo», nos enseñaron en el Catecismo.
Samuel, niño «aprendiz de profeta», está dormido y oye que una voz le llama repetidamente, pero no encuentra a su interlocutor, hasta que en lo profundo de su corazón descubre, ayudado por su maestro Eli, que no es voz humana sino divina quien le susurra en la noche. Y exclama: ¡Habla, Señor, que tu siervo escucha! En esta escucha inició Samuel su aprendizaje de profeta y se convirtió en uno de los grandes.
Juan nos narra cómo los dos primeros discípulos, fascinados por la personalidad de Jesús le siguen en silencio. El mismo Jesús, mirando a aquellos que siguen sus hellas, abre el diálogo: ¿Qué buscáis? Ellos contestan con otra pregunta: Maestro, ¿dónde vives? Y Jesús responde con una invitación: Venid y lo veréis. A la incipiente curiosidad de aquellos hombres, el Maestro les propone una invitación explícita y tajante a que le conozcan y se hagan su propio juicio: porque vale más una imagen que mil palabras, y porque a las personas se les conocen sobre todo por el trato y la convivencia. El Maestro invita a aquellos curiosos a estar con Él, a tratarse y conocerse.
El evangelio concluye la escena escuetamente: fueron, vieron... y se quedaron con Él aquel día. Y nos deja un detalle que marca la singularidad de este encuentro: serían las cuatro de la tarde. El diálogo con el Maestro, fijó en su corazón y en su memoria hasta la hora exacta del encuentro. Así lo señala el evangelio de Juan, quizás uno de los dos protagonistas de este encuentro. El otro, Andrés, encontró a su hermano Simón Pedro y le habló con rotundidad: ¡Hemos encontrado al Mesías!
La Palabra de Jesús cautiva y seduce, porque es palabra de verdad y vida. Si se le escucha con un corazón sincero, nos convierte de interlocutores indiferentes en seguidores y discípulos. Nosotros, como cristianos, necesitamos estar a la escucha de Dios que nos habla en el ruido del mundo. Nuestra oración debe ser, en la oscuridad de la noche, la del joven profeta Samuel: ¡Habla, Señor que tu siervo escucha! Y nuestra actitud debe ser como la de los primeros discípulos: seguir al Maestro y habitar con El, escuchando su Palabra. El trato nos adentrará en el profundo misterio de su persona. Como dice un Padre de la Iglesia: «el deseo ardiente de aprender lo promueve en un discípulo la calidad del Maestro».
+ Leyendo el Catecismo (n. 520): «Toda su vida, Jesús se muestra como nuestro modelo. Él es el hombre perfecto, que nos invita a ser sus discípulos y a seguirle: con su anonadamiento, nos ha dado un ejemplo que imitar, con su oración atrae a la oración; con su pobreza, llama a aceptar libremente la privación y las persecuciones».
Tuit de la semana: Llamar a alguien maestro es confiar en él y decirle: ¡puedo aprender de ti! Somos discípulos de Cristo. ¿Me aplico en aprender del mejor Maestro?
Alfonso Crespo Hidalgo