Domingo III de Pascua
Aterrorizados, creían ver un espíritu, señala el Evangelio, ante una nueva aparición del Maestro. Contaban los discípulos de Emaús su experiencia de encuentro con el Resucitado y como le reconocieron al partir el pan, y se aparece de nuevo Jesús a los discípulos reunidos y los saluda con el gesto familiar: paz a vosotros. Ellos se alarman: aterrorizados y llenos de miedo creían ver un espíritu…
Tan fijos tenían sus ojos en la imagen del Crucificado que el Resucitado les parece un fantasma. Y el Maestro se dispone a darles una última lección. Comienza constatando su estado de ánimo: ¿por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mostrándole las llegas de las manos y los pies, les dice: daos cuenta que un espíritu no tiene carne y huesos como yo tengo… Pero, ellos siguen atónitos: ahora, por la alegría del encuentro. Y Jesús lleva la escena hasta la normalidad y se invita a comer: ¿Tenéis algo de comer? Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado… Y fluyen los recuerdos de la pesca compartida, de los diálogos junto al lago, de las primeras llamadas a seguirle.
Una vez serenados sus ánimos, el Maestro les imparte su lección: Esto es lo que os dije cuando estaba con vosotros: que era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos acerca de mí… Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y les dijo: Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. Y les deja una misión: Vosotros sois testigos de esto.
El testigo es quien habla desde su propia experiencia. Y ahora, después del encuentro con el Resucitado, los apóstoles están preparados para cumplir su misión de testigos: han pasado de su miedo y sus dudas a la alegría del encuentro con el Señor Resucitado. Y de esta alegría, brota la fuerza para ser discípulos misioneros de la Resurrección. En la segunda carta de Juan, se nos deja una clave evangelizadora: quien guarda la palabra de Jesucristo, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud… Y sabemos que «de la abundancia del corazón habla la boca». Quién se ha encontrado con Cristo resucitado, solo puede hablar apasionadamente de él: ¡esto es evangelizar!
Tuit de la semana: El miedo paraliza… y «el amor expulsa el miedo». ¿Tengo todavía mi mirada paralizada en el Crucificado o soy un testigo alegre del Resucitado?
Alfonso Crespo Hidalgo