Fiesta de la Sagrada Familia
La familia, es un seguro de vida. Cuando aún nos felicitamos por el nacimiento del Salvador, la Iglesia nos coloca el mejor marco para su contemplación: el Hijo de Dios nace en una familia. Dios quiere unir estas dos escenas para darnos a entender que no es posible el nacimiento de un niño sin una familia que lo acoja, porque no se entiende un hijo sin padres. Hoy, Día de la Sagrada Familia, podemos decir que se contemplan al completo las figuras del tradicional Belén. Si la noche de Navidad el centro era el Niño, hoy contemplamos un «retrato de familia»: María, José y el Niño Dios.
José, desde la sencillez de un trabajador enraizado en su pueblo, ejercía la autoridad paterna con la conciencia de su misión al servicio de la Historia de la Salvación: esposo y compañero de una mujer excepcional y responsable del cuidado del Hijo de Dios.
María vivía, entre el asombro y la fe, los años ocultos de Nazaret: el anuncio del ángel se hizo realidad y la sencilla doncella se convirtió en la madre del Salvador. Creyente y madre, primera discípula, tendrá en su regazo al Hijo de Dios, pero pronto se pondrá a sus pies para escuchar al Maestro, y decirnos con «orgullo de Madre»: haced lo que Él os diga.
Y Jesús, el Hijo de María, el Hijo de Dios, iba creciendo en sabiduría, en estatura y la gracia de Dios lo acompañaba. Se trata de un niño normal de una familia normal, que cumple las tradiciones de su pueblo, que describe el libro del Eclesiástico: quien honra a sus padres, acumula tesoros. Un joven que sorprenderá a propios y extraños cuando irrumpa en la vida pública proclamando el cumplimiento de la promesa ansiada por el pueblo judío y deseada por todos los hombres de buena voluntad: la salvación del género humano, la esperanza de una vida que rompa la tiranía de la muerte.
Nazaret es un canto a la sencillez de una familia, que vive el clima de relaciones que reclama san Pablo a los corintios: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión... sobrellevaos mutuamente y perdonaos... y por encima de todo el amor... El amor de Dios, que se hace Hombre, Hijo de Dios. El amor de Dios, cultivado en el corazón y el vientre de una mujer que dijo sí a Dios, aunque no comprendía. El amor de Dios, acogido en la grandeza de un hombre sencillo, José, que sabe estar en un segundo plano. Aparentemente, nada de excepcional, solamente lo que debería ser normal en toda familia: el amor como centro y motivo único.
+ Leyendo el Catecismo (n. 1655): «Cristo quiso nacer y crecer en el seno de la Sagrada Familia de José y de María. La Iglesia no es otra cosa que la familia de Dios. Desde sus orígenes, el núcleo de la Iglesia estaba a menudo constituido por los que con toda su casa, habían llegado a ser creyentes. Cuando se convertían, deseaban que también se salvase toda su casa. Estas familias convertidas eran islas de vida cristiana en un mundo no creyente»
Tuit de la semana: El Hijo de Dios nació en una familia: Jesús, María y José, forman una estampa entrañable. La familia es mi gran herencia, ¿doy gracias a Dios por ella?
Alfonso Crespo Hidalgo