Siempre encontramos disculpas para perdonarnos a nosotros mismos. Como si lo que hacemos mal, no fuera algo que debemos corregir. Somos misericordiosos, en exceso, con nosotros. No tenemos la misma misericordia con los demás. A ellos no les pasamos una. Más aún, criticamos lo que hacen porque lo hacen y lo que no hacen por lo que no hacen; lo que dicen, porque lo dicen; y lo que callan, porque no hablan. Mejor sería que fuéramos más severos con nosotros mismos y más comprensivos con los otros, admitiendo sus disculpas y reconociendo sus aciertos que, seguramente, son más que los fallos que vemos en ellos.
Practicar la caridad con quienes nos rodean requiere que seamos capaces de mostrarnos correctamente con ellos hasta en las cosas más triviales. Porque la auténtica