No se concibe un santo apenado, mustio, sin alegría. Un cristiano nunca ha de estar triste. Porque la fe que profesamos tiene como estandarte a Cristo resucitado, con el que todos resucitaremos en su día. Nuestro Dios es el padre que nos ama, nos comprende y perdona. Un Dios alegre que nos llena de gozo inmenso. Por eso debemos estar siempre alegres.
Acercarnos a Dios desde la sencillez de nuestra pequeñez, reconociendo nuestras miserias con toda humildad, es la mejor manera de que Él se nos muestre