Fuera el odio y el rencor de nuestras vidas. Fuera de nosotros el pensar mal de los otros, el envidiar a los demás, el humillar a los que no son de nuestra cuerda. Bienvenido sea el perdón a los que nos ofenden, el ofrecer la mano a quien nos insulta, el sonreír a quien nos desprecia… Si vivimos practicando el mensaje que Jesús nos ha dejado, que se basa fundamentalmente en el amor, nuestras almas sentirán un gran regocijo y un permanente renacer de los mejores deseos que viven en nosotros.
Normal es que, en ocasiones, nos sintamos desanimados para seguir bregando en la tarea diaria de ser mejores servidores de Dios y de los hermanos;