Hay que ser valientes para vivir la fe, defenderla incluso con lo más valioso que tenemos: la vida. A nosotros es probable que no se nos pida llegar a tanto, pero sí que ejerzamos la caridad con los demás, aunque comporte grandes sacrificios, con una sonrisa salida de lo más hondo de nuestro corazón.
Vivimos en una sociedad agitada por los ruidos externos a la persona, las envidias, cuando no el odio, de unos hacia otros, el materialismo destructor