El amor que decimos profesar a nuestro Señor nos obliga a trabajar por implantar su reino en este mundo. Un reino de paz, de amor y de justicia. Un reino donde todos seamos hermanos, hijos del mismo padre, que es Dios. Un reino que no se instaura con armas, ni con imposiciones, sino con el ejemplo de cada uno de los que tenemos fe en el Salvador. Si nos esforzamos en esta misión, nuestra alegría será grande. Porque estaremos trabajando por hacer realidad los mandatos del Señor y no hay alegría mayor que hacer su voluntad.
Normal es que, en ocasiones, nos sintamos desanimados para seguir bregando en la tarea diaria de ser mejores servidores de Dios y de los hermanos;