La paciencia de Jesús con cada uno de nosotros es inmensa. Nunca nos da por perdidos, aunque cometamos las mayores barrabasadas. Siempre nos espera. Con paciencia y amor de padre. Porque por nosotros sufrió y entregó su vida. Sabe perdonarnos y olvida nuestras traiciones. A su ejemplo, seamos pacientes con los que nos caen bien. También con los que no son de nuestro agrado, incluso con los que se consideran enemigos nuestros. Nunca deseemos el mal a nadie, sino todo lo contrario. Procuremos ser buenos con todos, incluso con los que no lo son con nosotros.
La santidad no es para las personas tristes y amargadas. Ni para los que se quejan continuamente de que todo les va mal. Tampoco para