Hay mucha tarea pendiente. El Evangelio aún no ha llegado a todos los hombres. Por eso, quienes hemos sido agraciados con el bautismo debemos estar dispuestos a salir de nuestra modorra para predicar la Buena Nueva a los que no la conocen. La alegría de ser creyentes debemos compartirla, no quedárnosla para nuestro goce egoísta. Si realmente creemos en el Señor Jesús, estamos obligados a predicarlo. De palabra y de obra. Porque lo bueno no se nos ha dado para que nos lo quedemos, sino para que lo compartamos.
Acercarnos a Dios desde la sencillez de nuestra pequeñez, reconociendo nuestras miserias con toda humildad, es la mejor manera de que Él se nos muestre