Practicar la caridad con quienes nos rodean requiere que seamos capaces de mostrarnos correctamente con ellos hasta en las cosas más triviales. Porque la auténtica caridad no consiste en actuar heroicos en determinados momentos, sino comprensivos, educados y serviciales permanentemente. Un gesto de simpatía, un apretón de manos y una palabra cariñosa son, a menudo, más importantes que el deseo de participar en grandes campañas de solidaridad.
No se trata de cuánto damos, sino del espíritu que anida en nuestro corazón cuando acudimos a ayudar al necesitado. Lo que importa, pues, es