La alegría de ser cristianos ha de palparse en nuestro vivir diario. Que los que nos rodean lo puedan descubrir a través de lo que decimos y hacemos. No nos escondamos. Al contrario, mostrémonos orgullosos de lo que somos. Y nada de tristezas, ni de gestos de amargados. Hemos sido redimidos por el Dios que nos quiere. Que seamos capaces de sonreír a los que nos encontramos en la calle, en el puesto de trabajo o donde quiera que sea. Sonriamos de verdad, demostrando con ello que formamos parte de la gran familia de los seguidores de Jesús.
Normal es que, en ocasiones, nos sintamos desanimados para seguir bregando en la tarea diaria de ser mejores servidores de Dios y de los hermanos;