No es bueno decir que ya no podemos más, que tenemos muchas tareas encomendadas, y que se lo encomienden a otros. De sobra sabemos que siempre hay espacio para algo más, sobre todo si se trata de ayudar a los otros y de procurar nuestro bien interior y el de los que nos rodean. Si confiamos en Dios, podremos hacer mucho más de lo que hacemos y nunca estaremos cansados.
Vivimos en una sociedad agitada por los ruidos externos a la persona, las envidias, cuando no el odio, de unos hacia otros, el materialismo destructor